Mis pasos apenas resonaban en el artificial suelo del nuevo
Templo Jedi. Como siempre, acerqué una mano a la pared y rocé su suavidad, su
limpieza: probablemente un templo Jedi no debería lucir así, tan moderno, pero
a mí me gustaba más que el anterior, aunque ese solo lo conociera por
descripciones. Sonreí. El destino era todo un truhán.
Pasaron aún unos instantes antes de que mi percepción me
avisara de la cercanía de otra persona, y para entonces ya lo veía doblar una
esquina. Lo miré y le sonreí: de pelo oscuro y rizado, Jeyem era un buen
hombre. Su mirada se desvió casi de inmediato al libro que llevaba en la mano
izquierda, un grueso volumen recién encuadernado. Pero entonces, variando mi
sonrisa a una más ladina y sin dejarle tiempo de reacción, levanté el blaster
que hasta ahora mi mano derecha había ocultado tras mi espalda. Le apunté al
pecho.
Sorprendido, casi anonadado, él abrió su sable de luz y se
tensó. Me gustaba verlo así, me gustaba tener el control de la situación… pero
no era cuestión hacerlo sufrir de ese modo.
-Dime, -empecé, quitándole el seguro. -¿Si cierras los ojos
y disparo, podrías defenderte?
Su cara fue un poema: parpadeó varias veces antes de poder
articular el más mínimo sonido, y aun así fue un balbuceo de negación. Yo reí
un poco y bajé mi arma antes de tirarle el libro, tranquila de que lo cogería.
-Los Jedi de antaño podían. –Me mofé, señalando el volumen
con la mirada. –Aquí lo explica todo.
Él ahora sonrío, visiblemente más tranquilo. –Pues entonces
nos tocará practicar.
-Perfecto. Avísame cuando necesites probarlo.
Y con la misma calma con que lo había amenazado, me di media
vuelta. Mi obra, una traducción de un texto de la antigua Orden Jedi, estaba
ahora dónde tocaba.
De hecho, me planteé mientras salía, no me disgustaba tanto
mi nueva vida de archivera. Los nuevos guardianes de la paz, ahora
independientes de una ya inexistente República, necesitaban toda la ayuda que
pudiera prestárseles. Pero a veces, muchas veces, echaba de menos el familiar
peso de un sable de luz en la cintura, la emoción del combate desenfrenado y el
no llevar lentillas. Esto último sobretodo… pero mis ojos, ahora de un ámbar
bien definido, resultaban inquietantes a los jóvenes padawan. Y es que sólo
Nomal, el nuevo líder de la nueva Orden, conocía mi identidad y mi pasado: tres
semanas bajo las órdenes de un Sith que me marcarían para el resto de mi vida. Él, como Jedi superviviente a la última guerra, podía percibir perfectamente la
oscuridad en mi aura, pero a la vez sabía que era una valiosa aliada y habíamos
llegado a una tregua.
La pregunta era: ¿cómo se lo tomarían los aprendices
cuando lo descubrieran por ellos mismos? Sonreí entre dientes: tenía honesta
curiosidad.